Pocas regiones de Europa tiene una mitología tan misteriosa como Galicia, una tierra donde desde hace siglos estas historias van pasando de padres a hijos, entre susurros, en las largas noches de invierno, cuando los temporales impiden salir a faenar a los barcos y las familias se reúnen entorno al calor de la cocina. Una de estas historias más conocidas, es probablemente, la que nos habla de "A Costa da Morte". Lugar de marineros intrépidos, de profundas y ancestrales tradiciones, de supersticiones y leyendas en las que la Muerte es la protagonista. Pero ¿a que se debe esa relación tan directa con la muerte? Existen diversas teorías. Algunos creen que se debe a la fuerza del mar contra estas abruptas costas que no tiene piedad ni con barcos ni con hombres. El fondo de sus aguas es un enorme camposanto, un cementerio azul para cientos de marinos a lo largo de la historia. Las gentes de las costas del fin del mundo fueron testigos de numerosos naufragios, especialmente en la costa que va desde Camelle hasta Camariñas, donde se hundieron más de 60 navíos en poco más de cien años, siendo el Cabo Tosto (o Punta do Boi) el punto más fatídico. Otros, dicen que era por la creencia de que al ser el Fin del Mundo, ahí estaba la frontera con la Muerte. Interpretaciones más esotéricas nos hablan del ancestral Camino de las Estrellas, hoy Camino de Santiago, que terminaba en Finisterrae y por donde antiguos caminantes celtas llegaban de toda Europa al lugar donde el Sol moría cada día para renacer a una nueva vida de Luz. Pero entre las mil y una explicaciones, hay una terrorífica que se enmarca en la tradición mitológica celta y se desconoce a que épocas se remonta. Es evidente que esta historia o leyenda de la "Costa da Morte" tuvo que originarse en tiempos remotos, en fechas en las que no existían en las costas cercanas faros de navegación, o acaso, sólo uno, el ubicado en la llamada Torre de Hércules de A Coruña. Eran tiempos lejanos, donde tal vez, las dos únicas señales marítimas posibles, fueran la ancestral costumbre de hacer sonar con sus soplidos las caracolas de mar en los días de niebla y las pequeñas hogueras que las mujeres encendían en los cabos y atalayas para señalar a sus hombres el camino de regreso a tierra. La llamada leyenda de a "Costa da Morte" se sustenta en un hecho real, el excesivo número de hundimientos que verdaderamente se han dado a lo largo del litoral, culpabilizando de ello, a los nativos de la región. La leyenda cuenta que en las noches de temporal y de poca visibilidad, cuando las lluvias tempestuosas o las brumas impedían a los navegantes avistar la costa, pequeños grupos de paisanos acudían con sus bueyes a pasearlos por los límites de los cabos, colgaban de los cuernos de las bestias pequeños faroles encendidos que simulaban, con el andar cansino de los animales, el balanceo de las luces de otras embarcaciones navegando. Los patrones de los buques que cruzaban la costa, al confundir la luz de estas farolas con la luz de alguna otra embarcación que navegaba más a tierra y a mayor resguardo de la tempestad, optaba por imitarla, aproximándose ellos también a la costa, cayendo en una trampa mortal, y precipitándose inevitablemente contra los escollos. En pocos minutos el barco engañado estaba perdido, aprovechando entonces la turba de lugareños para saquearlo y si fuera preciso, asesinar a los atemorizados e indefensos náufragos. Otras versiones más benévolas y menos siniestras, ubican a los piratas, tras provocar los hundimientos, en las playas interiores de las rías, esperando pacientemente a que las corrientes marinas se encargaran de transportar hasta la orilla el ansiado botín.
Lo que haya de verdad en esta historia, jamás lo sabremos, pues nadie ha reconocido nunca haber participado en tan horrendos hechos, que pertenecen a la leyenda negra de la Costa da Morte. También es verdad que multitud de náufragos han sido rescatados por los marineros del lugar, en condiciones extremas y arriesgando heroicamente sus vidas. Quizás uno de los naufragios más conocido, sea el ocurrido la noche del 28 de noviembre del año 1596, 25 barcos de la Armada española se hunden en medio de una terrible tempestad frente a la ría de Corcubión, con el resultado 1706 muertos. En plena noche, solo iluminado por los chispazos de la tormenta, el mar estaba cubierto de restos de los barcos y cientos de ahogados y supervivientes gritando, pidiendo que los salvasen. Fuente: wwwlaotrahistoria.blogspot.com.es |
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Marzo 2022
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